Estoy casada con mi persona favorita en el mundo, tenemos un marcianito loco con el que completamos una familia preciosa pero los dos sabemos que no queremos traer más gente al mundo.
A este marcianito loco no lo engendramos a conciencia pero sí sabíamos que queríamos ser padres juntos. Como soy una fanática de poder decidir cosas por mí misma, como cuándo gestar y cuándo no, tomaba pastillas anticonceptivas desde los 17 años. Y sí, me cuidaba con preservativos cuando la persona con la que estaba no era mi pareja estable, porque tuve la suerte de recibir educación sexual de calidad y de que en mi casa la salud reproductiva fuese algo de lo que podía conversar sin censura, miedos o reproches.
Tomando pastillas (de los métodos anticonceptivos más eficaces) y cuidándome, con toda la dedicación y puntualidad posible en la vida real, quedé embarazada igual. Porque, según me explicó mi obstetra la pastilla es eficaz en un 99% si sos un reloj suizo, pero en términos prácticos, es del 91% porque los ciclos hormonales y la eficacia de este método se ven afectados por miles de factores, como las interacciones medicamentosas (antibióticos, por ejemplo), malestares gastrointestinales (vómitos / diarrea) y hasta algunos alimentos (como la soja, y productos lácteos) que también pueden entorpecer el efecto de la pastilla anticonceptiva.
El caso es que aun tomándola cuando la app del celu me lo recordaba todos los días a las 21:30, quedé embarazada igual. Contra mis planes y contra todo lo que activamente soportaba (léase, efectos secundarios / adversos / advertencias) para poder tener un cachito de control sobre mi útero que ya de por sí está mal diseñado y controla demasiados aspectos de mi vida desde que empecé a menstruar.
Yo tuve muchísima suerte, porque si bien no fue a conciencia, el anticonceptivo falló en el momento en el que pude decidir que sí quería llevar ese embarazo a término, que sí quería ser mamá, y que sí tenía las condiciones para traer una persona nueva con una oportunidad real de que se lo criara con amor y respeto desde el momento en el que naciera, con todas las herramientas que tuviera a mi alcance. Tuve mucha suerte porque en ese momento inesperado tenía a Capitán Considerado de mi lado, que estuvo muy a la altura de la situación y hoy es el mejor papá que Mordelón podría tener. También tuve mucha suerte porque tenía obra social y contaba con acceso a un equipo médico de alto riesgo que me iba a ayudar a transitar todos los obstáculos de mi historia clínica para sobrevivir y sobrellevar el embarazo y el parto.
Pero otras no tienen tanta suerte, otras no tuvieron educación sexual de calidad, otras no tuvieron oportunidad de decidir si usar o no un preservativo (porque para los que no sabían, el forro convencional que tanto le gritan a las mujeres usen, va en el pene). Otras simplemente no quieren ser madres y llevar adelante un embarazo y traer más gente al mundo. Otras preferirían esperar y todo eso debería ser razón suficiente para tener herramientas para decidir.
Vivo en pánico constante de quedar embarazada y hago todo lo que está a mi alcance para que eso no pase, porque hoy no quiero llevar adelante otro embarazo, otra lactancia, otro puerperio, otra persona. El problema es que mis herramientas se terminan donde fracasa la industria farmacéutica, y sobre todo, donde fracasa la obligación del estado de formular políticas de salud reproductivas justas y pragmáticas. La ley dice que a menos que yo no haya dado mi consentimiento para el coito o mi vida corra peligro, interrumpir la formación de un embrión en mi útero es un delito. Como si mi consentimiento y mi salud fueran propiedades mágicas que le dan o no entidad de persona a un embrión para calificar la interrupción de delito. Como si fuese una obligación moral llevar un embarazo a término porque me gusta coger sin fines reproductivos. Como si traer gente nueva al mundo fuera la pelusa del durazno, y que es una pelusa que nos tenemos que bancar solo nosotras, quienes tenemos óvulos para fecundar y úteros para gestar. Porque la que le pone el cuerpo al embarazo, el parto y la rave descontrolada de hormonas que es el pueperio es la mujer. Como si la ley, también considerara la pérdida de un embarazo como el fallecimiento de una persona. Como si a las parejas que firman un consentimiento de cese de criopreservación de embriones en un tratamiento de fertilización asistida los procesaran y llamaran a la policía por «asesinos».
Hace semanas que no paro de pensar en esto. No dejo de pensar en las cientos de miles de mujeres que, a diferencia mía, estuvieron y están entre el cuchillo y la pared, acorraladas, viendo como sus vidas dan un vuelco repentino, irreversible y descontrolado. No paro de pensar en el ruido que me hace que la responsabilidad del control de la natalidad sea mayormente nuestra, porque «si no querías quedar embarazada, hubieras cerrado las piernas», porque para muchos ser mujer y tener sexo es mandato ser madre. Y si esta vez el método anticonceptivo te falló, si la educación te falló, si la legislación te falló, si el sistema de salud pública te falló: te tenés que joder por puta, porque coger por placer y no estar dispuesta a gestar (porque te falló el forro, la pastilla, el DIU o el método que usaste), es ser una descocada irresponsable de porquería.
Ni toda la evidencia científica, ni las fuentes confiables y adecuadas de información empírica logran superar la disonancia cognitiva necesaria para abordar este tema de la forma en la que se supone que nuestros legisladores deben legislar: sin caer en falacias lógicas que apelan a lo emocional y a la falta de información por sobre lo fáctico, que los llevan a no poder diferenciar a las mujeres que se mueren en la clandestinidad por no tener siquiera una alternativa, porque el sistema que tenemos no es ideal o justo ni por asomo.

Se me pusieron los pelos de punta. Hermoso. Simple, conciso. Real.
¡Gracias, Lau! 💚