
Desde chica me acompaña una sensación espantosa que no he podido explicarme cada vez que termino de leer un libro. Una pensaría que más o menos a esta altura y después de haber pasado muchas últimas páginas, ya me habría acostumbrado, pero no.
En mayor medida, es casi la misma sensación que experimentamos al volver a la realidad después de haber visto una película muy buena (cuando el director tiene la capacidad de envolvernos en la historia) sin tener que bancarnos al idiota infaltable de cada cine, que come pochoclos, se chapa a la novia y comenta la película a los gritos.
Roland Barthes se refería a la petite mort como el objetivo principal de la literatura. Él utilizó el concepto como una metáfora para describir eso que se supone que debemos sentir al experimentar una obra de arte literaria. Después de todo, cerrar una contratapa, es también iniciar un pequeño duelo (después de puro placer). Yo creo que Barthes también se olvidó de decir que es el mismo vacío que sentimos cuando se nos termina una buena serie, una canción o un buen film.
Terminar de leer un libro es vivir el final de algo que nos transforma y nos conmueve. Es despedirse de personajes que nos emocionan y con quienes nos encariñamos. Las despedidas son siempre difíciles. Supongo que es por esto que este bajón es ineludible, porque los finales de las historias nos recuerdan que todo se termina. Así como hoy me despido de Arthur Dent, el día de mañana también voy a tener que despedirme de otros personajes que quiero, y que son más tangibles. Y entiendo que puedo volver a leerlos cuando quiera, pero es como ver fotos, siempre estáticas de personas y momentos que ya no están, o evocar recuerdos. Ya no van a haber diálogos nuevos, ni aventuras inciertas, ni besos probables. Esas oportunidades ya no existen (algunas ya no están) y no van a volver.
No terminamos nunca de acostumbrarnos a los puntos finales, y lo irónico es que ninguna buena historia es buena sin un buen final. En los libros podemos palpar que nos estamos acercando al fin, porque hay un último capítulo y una última página. Pero en el día a día, la línea que separa el inicio, el clímax y el desenlace de nuestra propia historia es difusa y uno no sabe exactamente qué momento está transitando (lo que me aterra, es que ese final puede darse en cualquier momento, y me puede pasar como en final de Lost, que nadie entendió nada.)
Llegar a la última página es llegar al final de una historia que vivimos como propia. Los libros (las películas, las obras de teatro, y el arte en general) son una manera de saciar ese capricho cósmico con el que nacemos las personas de querer vivir todas las vidas estando limitados a vivir solo una.
Epílogo:
Alguien me dijo que no todos tienen la capacidad de dejarse ¿abstraer? por el arte y las historias de las que no somos protagonistas. Seguro lo dice por el idiota infaltable de cada cine, que no puede quedarse callado y quieto por 2 horas.
Lo bueno de leer, es que las historias son ilimitadas. No importa que haya muchos finales, siempre puede haber más comienzos, y no sé Uds. pero cuando leo un libro por segunda vez me gusta más. Son como los segundos besos, siempre mejores que el primero.
Yo tengo una costumbre que le copié a Billy Cristal de una de las primeras escenas de When Harry Met Sally, y es que cuando me compro un libro, siempre leo la última página primero. Por las dudas.
Feliz cumpleaños a la mitad de Honorio Bustos Domecq, quien hubiese cumplido unos cuantos años este finde.
Queda claro que no superé lo de Lost, y extraño a Sawyer: 😦