Palabras para jugar

«Language is the loveliest thing our brains have invented»

Casi por resignación, mi profesión terminó siendo la de traductora. Digo por resignación, porque cuando terminé la secundaria, mi ambición era la de volver al quirófano, no como paciente sino como instrumentadora quirúrgica. Pero resulta que cuando una es alérgica a la anestesia volátil, el último lugar del universo donde puede trabajar, es en un quirófano. Así que me dejé llevar por el inglés que había adquirido por ósmosis y mi afecto por los libros, y empecé a estudiar traducción científico-literaria.

Podría hablar de los caminos sinuosos del destino, o de cuánta razón tenían Mick y Keith cuando dijeron que «You can’t always get what you want, but if you try, you might find you get what you need» porque varios años después descubrí que hasta ahora, no puedo imaginarme trabajando sin jugar con palabras de un idioma a otro. Pero no voy a hablar eso, porque no estoy del todo reconciliada con la idea de que lo que nos hace felices es lo que necesitamos, y no lo que queremos. Yo quiero chocolate de desayuno, almuerzo y cena, pero necesito de otras cosas también, como la lechuga, que nunca hizo feliz a nadie.

Las palabras, o el lenguaje, son lo que conforman nuestra cosmovisión. Pensamos en palabras, nuestras ideas nacen y se transmiten por medio del lenguaje, y hasta les debemos nuestra evolución como civilización. Aun así, son algo relativamente nuevo en el mundo. Durante la mayor parte de sus miles de millones de años no hubo vida en la Tierra, y la mayor parte del tiempo en la que sí hubo vida, no siempre fue vida inteligente. Sólo después de que aprendimos a pasar conocimiento de una generación a otra, la civilización se hizo posible. En términos cosmológicos, el lenguaje es algo que pasó hace más o menos 10 minutos (y ni hablar de la escritura).

Las palabras son el producto de la combinación de las mismas veintipico de letras, con posibilidades innumerables, llenas de significado, que alcanzan para contar suficientes historias como para llenar bibliotecas infinitas. Pero tenemos palabras sólo para aquello que podemos nombrar. Lacan decía que lo que no se nombra, no existe. Es muy difícil pensar en algo que no conocemos (next to impossible), sin intentar describirlo con palabras, y sin darle un nombre. Por eso es indescriptible lo inimaginable.

Hay palabras que nos acercan, palabras que nos alejan. Palabras que nos transportan. Palabras que nos enaltecen y palabras que nos quiebran. Palabras cortitas que duelen, palabras que disparan olas de placer… Estoy segura de que la belleza poética no está en lo que el poeta quiso decir, sino en las palabras que eligió para decirlo.

La gran ironía, es que nuestras palabras, y nuestro lenguaje, además de ser lo que nos habilita para comunicarnos, es lo que muchas veces impide que nos entendamos. «I know you think you understand what you thought I said, but I’m not sure you realize that what you heard is not what I meant.»

Así fue como de a poquito, me fui enamorando (como conviene enamorarse, despacito) palabra por palabra, hasta que más que en profesión, se fue convirtiendo en vocación. Y finalmente, como lo describiera Bernard Cohen, me enamoré de la musicalidad de la traducción. Traducir es como interpretar música: hay que encontrar el ritmo correcto, la cadencia adecuada, la afinación justa de cada nota. Es parecido a interpretar lo que alguien ya escribió en un pentagrama. Si se pierden los matices de las palabras, se pierde la belleza y el significado del mensaje.

Hace poco me preguntaron si tengo alguna palabra favorita, que no es lo mismo que te pregunten cuál es tu color o película favorita, porque no supe ni siquiera cómo empezar a distinguirla. Las palabras nos pueden caer bien o mal según su significado, su significante o simplemente por cómo suenan.  Después de tener que pensarlo, encontré una que me gusta por las tres cosas. La palabra es petrichor en inglés o petricor en español. Y hace referencia al olor de la tierra húmeda después de la lluvia. Me gustó mucho más, cuando me enteré que en realidad ese olor tan evocativo, lo produce una bacteria en el suelo, que es lo menos poético que hay.

 

Unas palabras más.

Existen entre 7000 y 8000 idiomas…y a penas hablo 2.

Hace poco, tuve mi primera experiencia inventando un idioma, de la mano de David Peterson... fue lo más parecido a inventar otra realidad que conozco.

Aborrezco la palabra «bombacha», tenía que contárselos.

El Mito de la Falsa Chica Geek

Siendo que me encuentro en plena sequía de ideas publicables propias. Decidí hacer uso de mis habilidades de traducción y compartir esta, que me gustó mucho. Se trata de un artículo de io9, publicado por Jay Edidin, a quién le pedí autorización para traducir y difundir su artículo. Me gustó mucho, y si no conocen io9, creo que es momento de que lo hagan.

El artículo original está acá y se llama «The Myth of The Fake Geek Girl» – (PS: Thank you Jay!!!)

So here it goes.

He estado pensando acerca de las falsas chicas geek, y más aún, en la tenacidad con la que la comunidad geek se ha aferrado al desasosiego de la falsa chica geek. Aún, en una comunidad tan beligerante, la intensidad y el nivel de acidez dirigido hacia la falsa chica geek, son inauditos. Es sencillamente muy extraño.

Pero, ¿qué hace que la falsa chica geek sea una idea tan amenazante? ¿Qué es lo que amenaza, exactamente?

La palabra «Geek» es un sustantivo que ya tiene un género asociado. Existe una GeekGirlCon (o convención de chicas geek) pero no una GeekGuyCon (o convención de chicos geek), por la sencilla razón de que todas las Con, son convenciones de chicos geeks, a menos que se especifique lo contrario. Uno no dice «chicos geeks» del mismo modo que utiliza «chicas geeks»; una vez que se usó el «geek» la parte de «chico» ya se sobreentiende.

Cuando una etiqueta viene con género asociado, lleva consigo todo el bagaje relacionado. ¿Qué significa esto para los geeks? Bien, nosotros culturalmente, regulamos la masculinidad muy de cerca. Es valiosa en formas en que la femineidad no lo es, y eso también hace que sea más frágil. Las peores cosas que se le pueden decir a un hombre son las que cuestionen su masculinidad, o peor, las que los hagan femeninos. Hasta «nena» o «minita» se suelen usar mucho como insulto.

Tómense un minuto para reflexionar qué significa eso para las mujeres, pero también para los hombres; y particularmente para la forma en la que se les enseña a los hombres a ver a las mujeres. Las mujeres en un ámbito masculino se vuelven una amenaza. Tiñen lo que tocan por asociación. Es comprensible que a una mujer le gusten cosas de hombres, casi como una mejora; pero si a un hombre le gusten cosas de mujeres, se trata de un defecto.

Si empezamos por ahí, es fácil ver cómo nos hemos predispuesto a ver a las mujeres que se identifican con la cultura geek, con cierta sospecha. Son «el otro». No cuadran dentro de la narrativa. Necesitan otros adjetivos, no solo «geeks» sino «chicas geek», lo que ya las aleja del geek genuino.

Entonces, cuando digo que «geek» es un sustantivo con género asociado, y que por defecto es masculino, estoy diciendo algo acerca de como interactúa con una escala de valores culturales, y por añadidura, también estoy diciendo algo acerca del valor de la identidad masculina para la comunidad geek.

Al mismo tiempo, la cultura geek es una panacea para los muchachos que no quieren, o no pueden, caer en el lugar común de la parafernalia cultural y los valores tradicionales de la masculinidad. Al menos, en teoría, la cultura geek promueve un modelo de masculinidad más cerebral y menos violento, respaldado por una escala de valores alternativos. Sin embargo, el costo social de este modelo alternativo, ya sea elegido o impuesto, es muy alto, y con frecuencia se paga de forma violenta, física o socialmente. La marginalidad, es un lugar peligroso para vivir, que nos predispone a estar a la defensiva, ansiosos por crear nuestra propia aproximación de un centro. En lugar de rechazar la dualidad rígida de la cultura de la que nominalmente nos liberamos, la comunidad geek la intensifica, condensada por la amargura defensiva que acompaña a la marginalización. Entonces, la masculinidad se vigila con muchísima agresividad en las comunidades geek, tanto como en cualquier vestuario o cancha de fútbol.

Entonces, no es ninguna sorpresa que una mujer inmersa en la cultura geek, durante mucho tiempo fuese considerado poco común. «Chica» y «geek» eran una dicotomía de suma cero: para reclamar un título, había que renunciar al otro. Sin embargo, recientemente hubo cambio drástico, un repentino aumento no solo en la visibilidad de mujeres en la cultura geek, sino también en la popularidad de ciertas vías tradicionalmente femeninas, comprometidas con esa cultura; cosas como el cosplay o el crafting, ambas areas abrumadoramente femeninas. Al mismo tiempo, las mujeres están encontrando maneras de reconciliar lo geek con lo femenino, lo que significa que esa identidad geek ya no es irreprochablemente masculina. Por primera vez, existe una faceta de la cultura geek, que no solo es una mayoría de mujeres, sino que es descaradamente femenina, en una cultura donde la feminización está directamente atada al menosprecio.

Todo esto sucede en una comunidad preparada para responder de manera agresiva a los recién llegados, y particularmente a las mujeres recién llegadas. A veces, esta hostilidad decanta en agresión directa. A veces de manera sutil, en forma de desafío permanente o de desestimación de la identidad. De este modo, se da esta nueva diferenciación de los geeks «reales» vs. «falsos», en la cual lo «real» está convenientemente identificado bajo modalidades tradicionalmente dominadas por hombres.

Acotando esta definición y asegurándose de que desaliente a los novatos, también garantiza una dotación de acérrimas aliadas femeninas. Para quienes tuvimos que dejar en la puerta aspectos significativos de nuestra identidad, no es difícil ver a las nuevas generaciones de chicas geek como intrusas, alcanzando gratis  lugares donde nosotras tuvimos que abrirnos paso trabajosamente. Cuando una es parte de una minoría, es fácil caer en la falacia reduccionista que dicta que hay una sola manera de ser una mujer (o discapacitada, o negra, o excéntrica, etc) en la cultura geek, y que quien encare esa identidad desde otro ángulo amenaza tu derecho a esa misma identidad; lo cual no es muy diferente de la propia lucha de la cultura geek para mantener una identidad discreta mientras nuestro retrato y nuestro medio, se infiltran en la cultura predominante. Si esas personas pueden ser geeks, ¿qué queda entonces para mí?  Y si el club es tan grande, a la larga ¿vale la pena ser miembro?

La verdad, por supuesto, es que no se trata de un juego de suma cero: la misantropía y el hostigamiento por la identidad van a consumir a la cultura geek más rápida y profundamente que cualquier legión de intrusos imaginarios. Por décadas nos hemos enorgullecido de ser trasgresores, visionarios, dispuestos a cuestionar las normas culturales y pensar más allá de los límites impuestos. Imaginen qué tan lejos podríamos llegar si pudiésemos también dejar de reemplazarlos por límites diseñados por nosotros mismos.