Puede Fallar


Creo que alguna vez les conté acerca de mi insoportable predisposición a poner al otro en evidencia cuando se equivoca o cuando hace algo fuera de lugar. Es un hábito espantoso, porque la verdad es que yo no entiendo nada como para andar distinguiendo claramente lo que está bien de lo que está mal…simplemente puedo decir qué me molesta, me disgusta, o me parece perjudicial- pero no mucho más.

Sin embargo, últimamente, en mi esfuerzo por bajarme del poni, me doy cuenta que este hábito insoportable no es un defecto aislado y es mucho más común de lo que pensé. La velocidad para juzgar al otro es muy vertiginosa y sus mejores conductores son el prejuicio y la intolerancia – pero sobre todo el miedo a descubrir que, la mayoría del tiempo, estamos equivocados.

Nadie sabe lo que se siente cuando estamos equivocados porque no hay una sensación que lo identifique. Sabemos qué sentimos cuando descubrimos que estamos equivocados pero estar equivocado no genera ninguna reacción física o emocional reconocible. Se siente bastante parecido a lo que se siente cuando tenemos razón. Esto me parece sumamente peligroso y fascinante a la vez, porque es algo de lo que no se habla mucho.

Desde chiquitos en la escuela nos enseñan que equivocarse está mal porque significa que uno es estúpido o vago. Y llegamos a nuestra adultez con esa misma idea, con miedo de cometer errores. Esto es comprensible siendo que sabemos que no tenemos mucho tiempo que perder y no queremos llegar a los 95 años sintiendo que hicimos todo mal. No nos dan otra oportunidad y no hay crtl+ z que valga. Pero – es inevitable.

La mayoría de las personas que conozco, sienten que entienden exactamente como funciona este mundo- que es cambiante, heterogéneo y por sobre todas las cosas complejo. La verdad es que admiro profundamente esta postura porque más de la mitad del tiempo el mundo se encarga de demostrarme que no tengo ni la más remota idea de lo que hago o debería hacer. Por esta razón me sorprende mucho que todos en algún momento u otro tengamos la sensación de tener la posta acerca de los problemas que nos rodean, quiénes son los responsables y cómo solucionarlos. Si realmente fuera así, hace rato tendríamos las respuestas a  problemáticas económicas, educativas, científicas, culturales y existenciales que venimos arrastrando hace tanto tiempo.

Este post no tiene intenciones nihilistas porque yo crea que las soluciones no existen. Simplemente (o no) sostengo que el mundo es muy complejo como para que nos demos el lujo de andar por la vida sintiéndonos dueños de la verdad por encima de otros. Y esta es la parte que me molesta:  Esta tendencia a juzgar al prójimo de idiota, ignorante, o malvado – porque no compartimos la misma cosmovisión. Todos estamos equivocados la mayoría del tiempo. Casi todo lo que creamos nace a partir de uno o más errores. Nuestra propia evolución (y no solo la biológica) avanza y se perfecciona a base de prueba y error. Lo maravilloso de nuestra individualidad es que cada uno tiene su propia visión de la verdad y lo genial sería poder compartirla, pero no al grito de «I’m right, you’re wrong». 

Sé que esto es una obviedad. Equivocarse está bien, aprender de nuestros errores y admitir con humildad que somos falibles. Pero no parece. Esto, realmente va a ser una obviedad cuando por ejemplo en las escuelas empiecen a enseñar usar el pensamiento crítico y que hay problemas que no tienen solución, y dejen de calificar de insuficientes o vagos o hiperactivos a los niños porque no pueden encontrar la respuesta correcta que tiene la figura de autoridad detrás del escritorio. O bien, cuando en una campaña electoral dejen de tratar de convencernos con retórica que saben a ciencia cierta cómo solucionar problemas (because they don’t) y en cambio nos digan «sí, quiero solucionar el problema – tengo algunas ideas, son estas, esperamos que funcionen y si no funcionan vamos pensar otras hasta encontrar algo que funcione»  (Y esto va a ser así sobre todo cuando nosotros como votantes estemos dispuestos a votar a un candidato así y no al modelo de los actuales que lo único que hacen es ensuciarse e insultarse unos a otros -sí, al grito de I’m right, you’re wrong y cosas peores.)

Es muy difícil admitir esta falibilidad, es desagradable sentirse en falta y descubrir que estamos equivocados y que aquello de lo que estábamos tan seguros no era tan cierto. A lo único que podemos aspirar es a cometer errores cada vez mejores con una buena dirección, y equivocarnos para avanzar hacia adelante . Quizá lo mejor es poder  llegar a los 95 años como decía Arthur Miller – «Maybe all one can do is hope to end up with the right regrets».

Esto no queda acá:

  • Si había alguien que se jactaba de su falibilidad incesantemente era Juan José del Pozo  – también conocido como Tusam (padre) con su legendaria advertencia «Puede fallar».
  • Tampoco es para ir por la vida equivocándose gratuitamente, hay errores que le han costado mucho a la humanidad… Errores hijos de la estupidez y el entusiasmo. Es por eso que  conviene tener cuidado con esa sensación de estar en lo correcto. Ante la duda, dude.
  • El penúltimo párrafo no tiene ninguna intención/inclinación política. Es algo que escuché hace muy poco de una persona muy inteligente que se ajusta bastante bien al escenario político mundial. No nos vengan con que no nos van a defraudar.
  • No me hagan caso…yo qué sé.

Love…And Other Impossible Pursuits

They could be anyone…or could they?

Escuché muchas veces al amor explicado como una reacción química. Estas explicaciones, cargadas siempre de cierto cinismo, tratan de abrirnos los ojos a que todo eso que experimentamos cuando estamos enamorados aparentemente no es más que bioquímica aplicada. But, guess what…Nuestra propia existencia es también bioquímica aplicada, así que me cuesta trabajo entender por qué se supone que esto es una mala noticia.

No sé de qué otras formas puede explicarse el amor. No me gustan esos aforismos que dicen que al amor no hay que buscarle explicación. Por lo menos a mí me parece importante y necesario poder entender de qué están hechas las cosas y como funcionan. No porque sea necesario entender algo para disfrutarlo; pero porque indefectiblemente siempre hace falta entender como algo funciona para disfrutarlo más.

Estuve leyendo bastante acerca de esto. La antropóloga estadounidense, Helen Fisher,  investigó mucho acerca del tema y encontró cosas muy interesantes. Para empezar, todas las civilizaciones hablan del amor de alguna forma u otra: Poemas, leyendas, canciones, historias. La humanidad conoce el amor desde hace millones de años – y aún hoy nos parece mágico. En todas partes del mundo alguien ama y es amado (no siempre de manera recíproca). Es raro que algo tan común y corriente sea la emoción más preciada que tenemos, sobre todo porque el amor no siempre es una experiencia feliz. Fisher describe al amor romántico como una obsesión. Es como si alguien estuviese viviendo en tu cabeza, todo el tiempo (and I do mean all the time).

Lo que me resulta inexplicable, y para lo cual las resonancias magnéticas no tienen una respuesta, es por qué nos enamoramos de una persona y no de otra. Si se supone que nos enamoramos de alguien que tiene un trasfondo social, económico, biológico e intelectual parecido al nuestro: ¿Cómo es que no andamos enamorados de al menos una decena de personas al mismo tiempo? A todo esto hay que sumarle que somos capaces de pintar en el otro cualidades que no existen y dejar de lado las cosas del objeto de nuestro afecto que sabemos que no nos gustan (el cigarrillo, la ideología política opuesta, su desdén por Borges y los mini post-it de colores, etc.). Esta obsesión hace que las cosas más estúpidas nos parezcan únicas: su edificio es distinto a todos los otros edificios de la ciudad, su auto, es distinto a todos los autos, su música es preferible a cualquier otra música.  ¿Por qué no podemos atribuirle estas cualidades casi ficticias a otro, con otro nombre? Si es pura química, ¿porqué es esa persona la que desencadena el rush de dopamina y no otra?

Soy consciente de mi leve insistencia con el amor y las relaciones. I’ve found almost everything written about love to be true (and I do mean almost: hay algunas cosas lamentables como las pavadas que se escriben en los pasacalles o las letras de las canciones de Axel que dejan a cualquiera en un coma diabético y de mal gusto).  Me despierta mucha curiosidad esa elección que hacemos de sobrestimar una persona por encima de otra; cómo lo que sentimos nos condiciona y nos transforma, haciendo que la propia satisfacción, la propia felicidad sea la felicidad y satisfacción de ese otro.

Helen Fisher en uno de sus textos explica que los sistemas que se activan en el cerebro cuando estamos enamorados, son los mismos que se activan cuando consumimos cocaína, y que se activan con la misma intensidad. La diferencia entre el amor y el rush de esta droga es que el efecto del amor dura más y no necesitamos ingerirlo, tocarlo o verlo para que nos afecte: basta con imaginar ese nombre, escuchar una canción o recordar un momento. ¿No es genial la bioquímica?